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martes, 6 de junio de 2017

ESCUCHAR AL ESPÍRITU SANTO


Escuchar al Espíritu Santo



1)  Para saber
Cuando se reúnen un grupo de amigos, en ocasiones se suscita una discusión sobre aspectos morales, si algo está bien o está mal… Muchas de esas cuestiones ya han sido estudiadas y resueltas por la Iglesia y escritas, por ejemplo, en el Catecismo de la Iglesia Católica. A veces bastaría consultarlo para salir de dudas. Sin embargo, hay otras dudas muy particulares, concretas, y unas complejas, que hay que saber aplicar con prudencia los principios universales. Uno podría sentirse confuso sobre la decisión a tomar. Para ello, recomienda el Papa Francisco, hay que saber escuchar al Espíritu Santo para saber discernir sobre el bien y el mal.
Con ocasión de la solemnidad de Pentecostés, con la que termina el tiempo pascual, el Papa ha reflexionado sobre la importancia de estar atentos a lo que el Espíritu Santo nos inspire.


2) Para pensar
Se cuenta que desde la Bahía de Nueva York hasta donde comienza el agua profunda del mar se extiende un canal de casi veintiséis kilómetros de largo y sumamente angosto.
En años pasados era bastante difícil navegar en el canal cuando había neblina o tempestad. Entonces, alguien ideó el plan de poner un cable, en el fondo del río arenoso, que trasmitiese signos eléctricos a través del agua, guiando así a los barcos a caminar por el centro del canal hasta llegar al mar, evitando bancos de arena u otros obstáculos.

Los cristianos también tenemos alguien que nos guía para evitar obstáculos y poder llegar a feliz término en la vida. Se trata del Espíritu Santo que con sus inspiraciones nos advierte cuando no vivimos en la forma debida y podamos rectificar. Tal como la señal eléctrica, el Espíritu Santo nos protege de los bancos de arena del pecado.

Por ello el Papa Francisco nos invita a preguntarnos, “¿soy capaz de escuchar al Espíritu Santo?; ¿soy capaz de pedir inspiración antes de tomar una decisión o de decir una palabra o hacer algo? ¿Pido que me guíe por el camino que debo escoger en mi vida y también todos los días?”


3) Para vivir
El Espíritu Santo nos quiere conducir al bien, pero es preciso querer escucharlo. Hay algunos corazones, seguía diciendo el Papa, que si hiciésemos un electrocardiograma espiritual el resultado sería lineal, no se mueven, no tienen emociones. En los evangelios los encontramos en los doctores de la ley: eran creyentes en Dios, sabían todos los mandamientos, pero su corazón estaba cerrado, no se dejaban “inquietar”.

El Papa invitó a dejarse “inquietar” por el Espíritu Santo, a ser sensibles a su inspiración, no rechazarla: ‘‘He sentido el deseo de hacer esto, de ir a visitar a ese enfermo o de cambiar de vida y dejar esto…’. Sentir y discernir: discernir aquello que siente mi corazón, porque el Espíritu Santo es el maestro del discernimiento”.
“Una persona que no tiene estos movimientos en el corazón, que no discierne qué sucede, es una persona que tiene una fe fría”, añadió el Papa.

Apunta San Josemaría Escrivá: “la tradición cristiana ha resumido la actitud que debemos adoptar ante el Espíritu Santo  en un solo concepto: docilidad. Ser sensibles a lo que el Espíritu divino promueve a nuestro alrededor y en nosotros mismos” (Es Cristo que pasa, n. 130).


© Pbro. José Martínez Colín

lunes, 16 de mayo de 2016

LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO


Dones del Espíritu Santo


Sabiduría
Es el primero y mayor de todos los dones. Es el gusto por las cosas de Dios, por lo espiritual.
De alguna manera es “saborear a Dios” (Santo Tomás) y saber ver con los ojos del corazón.
San Juan Pablo II lo definía como "la luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios... Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas”


Entendimiento
Es la gracia que nos permite comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas.
Es luz para entender el misterio de Dios, el misterio de Cristo, el misterio del  hombre, el misterio de la historia, el misterio de la vida.
San Juan Pablo II decía que mediante este don el Espíritu Santo, que ‘escruta las profundidades de Dios’ (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro: "¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?" (Lc 24:32)


Consejo
Ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone, sugiriendo lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene al alma.
Prudencia a la hora de hablar y de escuchar, capacidad de tomar y ayudar a tomar decisiones acertadas; orientar en el buen camino, corregir, alentar.
San Juan Pablo II decía que es “una necesidad que se siente mucho en nuestro tiempo, turbado por no pocos motivos de crisis y por una incertidumbre difundida acerca de los verdaderos valores, es la que se denomina «reconstrucción de las conciencias». Es decir, se advierte la necesidad de neutralizar algunos factores destructivos que fácilmente se insinúan en el espíritu humano, cuando está agitado por las pasiones, y la de introducir en ellas elementos sanos y positivos”.


Fortaleza
Es la fuerza sobrenatural que sostiene la virtud moral para obrar valerosamente o que Dios quiere de nosotros y sobrellevar las contrariedades de la vida, resistir las pasiones internas y las del ambiente.
Estamos muy marcados por la debilidad y los apegos. Necesitamos audacia para cumplir nuestra misión, para superar miedos y comodidades, para afrontar riesgos y dificultades.
Decía San Juan Pablo II: “el hombre cada día experimenta la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral, cediendo a los impulsos de las pasiones internas y a las presiones que sobre el ejerce el ambiente circundante. Precisamente para resistir a estas múltiples instigaciones es necesaria la virtud de la fortaleza, que es una de las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoya todo el edificio de la vida moral: la fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas en el cumplimiento del propio deber”


Ciencia
Nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Nos ayuda para conocer a Dios desde las cosas, para descubrir su huella en la creación.
San Juan Pablo II decía que “sabemos que el hombre contemporáneo, precisamente en virtud del desarrollo de las ciencias, está expuesto particularmente a la tentación de dar una interpretación naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de las riquezas, del placer, del poder que precisamente se pueden derivar de las cosas materiales. Estos son los ídolos principales, ante los que el mundo se postra demasiado a menudo. Para resistir esa tentación sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es esta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador”


Piedad
Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo Padre.
Intensifica la relación filial con Dios. Está hecha de agradecimiento, cariño, ternura, benevolencia y disponibilidad. Nos ayuda a ver con buenos ojos a todos los hijos de Dios.
San Juan Pablo II decía que “El don de la piedad, además, extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón. Dicho don está, por tanto, en la raíz de aquella nueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilización del amor”


Temor de Dios
Espíritu contrito ante Dios, consciente de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios, reconociendo nuestra debilidad. El alma se preocupa de no ofender a Dios, de no disgustarlo, de permanecer y crecer en la caridad. Transido de humildad y respeto: no teme a Dios sino que lo admira y lo adora; se teme a sí mismo, por su fragilidad, y confía en Dios. Un Dios que siempre es más.
San Juan Pablo II decía “De este santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor de Dios, depende toda la práctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de la mortificación de los sentidos”
Recordemos la exhortación del Apóstol Pablo a sus cristianos: "Queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios» (2 Cor 7, 1).