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viernes, 21 de febrero de 2020

MUCHOS SON LOS LLAMADOS, POCOS LOS ELEGIDOS


Muchos son los llamados, pocos los elegidos
Talentos Trabajando


Por: Katlheen Velasco | Fuente: Catholic.net




Una frase tan peculiar en la biblia que todos alguna vez la hemos escuchado ó leído en diferentes circunstancias de la vida, ésta cita me ha tomado rato tiempo en el pensamiento; así que decidí analizarla cuestionándome con las siguientes tres preguntas.

¿Qué piensas de ésta cita?, ¿Qué te hace sentir?, y ¿Cuál es tú experiencia con dicha frase? Me ha sido sumamente fácil responderlas, no he tenido ninguna experiencia en específico más que ésta situación en la que como inspiración del Espíritu Santo me ha nacido el deseo de analizarla. Lo que pienso acerca de dicha cita es que siempre se trata de escuchar, pero hay dos formas de hacerlo; queriendo y sabiendo.

Dios está siempre ahí, gritando sin cansarse que quiere lo mejor para ti, que quiere tú corazón y tú felicidad; y de verdad que nunca se cansa de hacerlo. Él no es cómo tú madre llamándote a comer, Él no sólo te llama tres veces y no vuelve hacerlo porque ya ha sido suficiente ruego, Él tampoco utiliza algún tipo de corneta u otro sonido para evitarse la fatiga de gritar, mucho menos te contará hasta tres para que lo hagas en seguida. Dios es más sutil, siempre está ahí hablándote en el silencio.

Silencio, eso a lo que todo ser humano le teme sin siquiera darse cuenta, analiza tú vida y date cuenta que el silencio suele ser incómodo, fatigante y muchas veces triste, pero en realidad el silencio para Dios no es lo que para el hombre.

Para Él es el mejor medio de comunicación, es ése momento en el que tu capacidad humana comienza a cuestionarse sobre la forma en cómo vive; es en él cuando te grita todas las respuestas.

Nunca se ha tratado de saber escuchar, en realidad siempre se ha tratado de querer escuchar, la diferencia entre ello es que no se necesita sabiduría para hacer algo, se necesita desear hacerlo con todo el corazón. Porque has escuchado millones de veces que debes ir a misa, que debes seguirlo porque Él es el camino, la verdad y la vida, pero en realidad no has querido escuchar a profundidad dichas palabras que tu entorno te grita y recuerda a cada instante.

Y cuándo aceptas querer hacerlo es cuándo tus ojos se abren a la verdadera realidad, cuándo ya no dependes más de ti y ahora piensas en Él en más que un ser supremo y posiblemente irreal, ahora lo tomas cómo amigo y se convierte en la persona más importante de tu vida y comienzas a cuestionarte porqué tardaste tanto en decirle que sí y aceptar el llamado. Ese sí valiente que cambió tú vida.

Cuando llegas a éste punto te das cuenta de que hay muchos que te acompañan en el sí valiente en tiempo y forma, otros tantos que ya llevan cierto rato en haberlo dado y muchos más que siguen acobardados con los ojos vendados y los oídos cerrados sólo porque si.

Es éste momento cuando te toca ser ejemplo y orar por los que aún no han dado el paso valiente al inicio de una conversión.

Para finalizar, dicha frase me hace sentir valiente y orgullosa de ya haber dado el sí hace un tiempo. Pero también me ocupa una gran responsabilidad, la responsabilidad de ser fiel amante y seguidora.

jueves, 13 de febrero de 2020

EL AMOR ES LO MÁS GRANDE


El amor es lo más grande
Tengan amor para sus enemigos, bendigan a los que les maldicen, hagan bien a los que les odian, oren por los que les insultan y les maltratan...


Por: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá | Fuente: Para dar raz?e nuestra Esperanza, sepa defender su Fe




En mis visitas a las distintas comunidades, me doy cuenta de que hay mucha gente entre nosotros que tiene gran respeto por la Biblia. Algunos se reúnen hasta tres y cuatro veces en la semana para leer la Biblia. Y me alegro de que amen este libro sagrado.

Pero también me doy cuenta de que hay personas entre nosotros, que son muy de la Biblia, y al mismo tiempo son capaces de despreciar y hablar mal del prójimo; personas que duermen en la noche con la Biblia al lado, pero por nada quieren saludar a su vecino, ni tampoco quieren prestar algún servicio a una persona necesitada. Otros recorren pueblo tras pueblo para leer y enseñar la Palabra de Dios, pero se olvidan de cuidar a su madre enferma; se esfuerzan por vivir como ángeles la Biblia, pero se olvidan de ser «buena gente».

Queridos hermanos, debemos tener mucho cuidado con estas actitudes. Sí, debemos leer y meditar la Biblia, y debemos amar mucho este libro. Pero no debemos dejar a un lado lo más grande que nos enseña la Biblia: «el amor a Dios y el amor al prójimo».

En esta carta les quiero hablar acerca de este tema central de la Biblia, quiero que leamos juntos las páginas más hermosas de este libro sagrado, pero también estoy consciente de que es el mandamiento más difícil de cumplir.

No a la hipocresía

No basta conocer la Biblia de memoria; el demonio conoce la Biblia mejor que todos nosotros y era capaz de discutir con el mismo Jesús lanzándole textos bíblicos (Mt. 4, 1-11). Pero el demonio no ama y por eso está lejos de Dios. ¿De qué me sirve conocer la Biblia entera si no tengo amor? ¡De nada me sirve!

No basta tener fe sin tener obras de amor
«No olvides que también los demonios creen y, sin embargo, tiemblan delante de Dios» (Sant. 2, 19). La fe sin el amor es una fe muerta. ¿No dijo el apóstol Pablo que «la fe se hace eficaz por el amor» (Gal. 5, 6)?

No basta decir: «Señor, Señor»

El que dice que ama a Dios y luego habla mal del prójimo es un mentiroso. Y el que no ama no conoce a Dios (1Juan 4, 20). Dice Jesús: «No todos los que dicen Señor, Señor, van a entrar en el reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad de mi Padre Celestial» (Mt. 7, 21).

No bastan las apariencias

No basta ser un hombre muy devoto y cumplir con las oraciones y pagar los diezmos... y luego criticar al otro que piensa distinto.

Los fariseos de la Biblia eran hombres sumamente devotos, muy observantes de la ley y pagaban estrictamente los diezmos, pero no olvidemos que fueron precisamente estos hombres devotos los que hicieron sufrir mucho a Jesús y finalmente lo llevaron a la muerte en la cruz.

«Si yo no tengo amor, yo nada soy» (1 Cor. 13, 2)

Si yo no tengo amor de nada me sirve estudiar la Biblia, de nada me sirve ir al templo y hacer largas oraciones y vigilias nocturnas.

Dios es amor, y el que no ama no está en Dios (1 Juan 4, 7). ¡Lo más grande de nuestra religión es el Amor!

El que ama a Dios, ama al prójimo

Un día un maestro de la ley se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?»

Jesús le contestó: «El primer mandamiento es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama pues al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el primer mandamiento. Y el segundo es parecido, y es: Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos» (Mc. 12, 28-31).

¿Por qué es éste el mandamiento más grande?

Simplemente porque DIOS ES AMOR. El amor viene de Dios. Todo el que tiene amor es hijo de Dios y conoce a Dios. El que vive en el amor vive en Dios y Dios vive en él (1 Jn. 4, 7-16).

El amor de Dios consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio por nuestros pecados (1 Jn. 4,10).

La prueba más grande de amor nos la dio Jesucristo. El se entregó por amor a nosotros y derramó hasta la última gota de su sangre por nosotros. Ojalá que podamos comprender cada vez más «cuán ancho, largo, profundo y alto es el amor de Cristo. Que conozcamos este amor» (Ef. 3, 18-19), y que seamos imitadores de este amor.

No seamos mentirosos

Pero si alguno dice: «Yo amo a Dios» y al mismo tiempo odia a su hermano al cual ve, tampoco puede amar a Dios, al cual no ve (1 Jn. 4, 20). Si alguno dice que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la oscuridad. El que odia a su hermano vive y anda en la oscuridad, y no sabe a dónde va, porque la oscuridad lo ha vuelto ciego (1 Jn. 2, 9-10).

Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida, y lo sabemos porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama a su hermano, sigue muerto. Todo el que odia a su hermano es un asesino, y ustedes saben que ningún asesino puede tener vida en su corazón (1 Jn. 3, 14-15).

Amémonos unos a otros

Algunos piensan que el amor al prójimo es solamente amar a sus amigos o sus hermanos, y que pueden «guardar rencor a su enemigo», como en el Antiguo Testamento (Lev. 19, 18). Pero Jesús nos dice otra cosa: «Tengan amor para sus enemigos, bendigan a los que les maldicen, hagan bien a los que les odian, oren por los que les insultan y les maltratan... Pues si ustedes aman solamente a los que les aman a ustedes, ¿qué premio van a recibir por eso? Hasta los pecadores hacen eso. Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué de bueno hacen?, pues hasta los que no conocen a Dios hacen eso» (Mt. 5, 44-47).

Queridos hermanos, este amor al prójimo que Jesús nos pide no es nada fácil. Pero los que tratan de amar así, serán llamados hijos de Dios (Mt. 5, 45). El verdadero discípulo de Cristo debe ver en cada hombre a su hermano: «Bendigan a los que les maltratan. Pidan para ellos bendiciones y no maldiciones» (Rom. 12, 14). «Cada vez que podamos, hagamos bien a todos» (Gal. 6, 10). Si amamos de verdad, Dios mismo llena nuestro corazón con su amor (Rom. 5, 5), y este amor nos empuja a amar a todos los hombres, a no ofender al prójimo (Mt. 5, 21-30), a ser sinceros con todos (Mt. 5, 33-37), a renunciar a la venganza, a hacer el bien a todos (Mt. 5, 43-48), a no condenar a nadie (Mt. 7, 1), a amar con obras (Mt. 7, 12).

La fe y las obras

Escuchemos lo que dice el apóstol Santiago, cap. 2, 14-20: «Hermanos míos, ¿de qué sirve que alguien diga que tiene fe, si no hace nada bueno? ¿puede acaso salvarlo esa fe? Supongamos que a algún hermano o hermana le faltan la ropa y la comida necesaria para el día, y que uno de ustedes le dice: ´Que te vaya bien; tápate del frío y come´, pero no le da lo que necesita para el cuerpo; ¿de qué sirve eso? Así pasa con la fe, si no se demuestra con lo que la persona hace, la fe por sí sola es una cosa muerta».

Pero tal vez alguien dirá: «Tú tienes fe, y yo hago bien. Muéstrame, pues, tu fe aparte del bien que haces, y yo te mostraré mi fe por medio del bien que hago. Tú tienes fe suficiente para creer que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero también los demonios creen eso, y tiemblan de miedo. Pero ¿no quieres reconocer que si la fe que uno tiene no se demuestra con el bien que hace, es una fe muerta?».

Jesucristo juzgará nuestras obras

Leemos en Mateo 25, 31-46: Aquel día el Hijo del hombre nos va a juzgar, no sobre nuestra fe, no nos juzgará sobre nuestros conocimientos bíblicos, no nos juzgará sobre nuestras vigilias en el templo, no nos juzgará sobre los diezmos...

El Hijo del hombre se sentará en su trono y separará a los unos de los otros y a los que estarán a su derecha les dirá: «Vengan ustedes, los que han sido bendecidos de mi Padre, reciban el Reino que está preparado para ustedes, pues tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; anduve como forastero y me dieron alojamiento... En verdad les digo que cualquier cosa que hicieron por uno de estos mis hermanos, por humilde que sea, a mí me lo hicieron».

Jesucristo se identifica con los pobres, los marginados, los enfermos, los encarcelados de nuestro tiempo. Ahí encontramos el rostro de Cristo, y ¿cuántas veces hemos despreciado este rostro? Y cuando dejamos de hacer el bien con uno de estos más pequeños, también con Jesús dejamos de hacerlo.

Meditando estos textos sobre el mandamiento más importante de la Biblia, muchas veces pienso que nosotros los cristianos debemos sentirnos avergonzados, puesto que con nuestras discusiones sobre religión y nuestras divisiones somos un escándalo para todo el mundo y faltamos gravemente al mandamiento del amor. A veces me da la impresión de que hasta ahora no hemos hecho nada y que debemos aprender de nuevo a ser obedientes a la voz de Cristo: «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo, ustedes deben amarse también los unos a los otros» (Jn. 13, 34).

No nos desanimemos, pero comencemos ahora con la práctica del amor, el amor verdadero a Dios y al prójimo.

El himno al amor

Para terminar, hermanos, leamos juntos el cántico del amor que escribió San Pablo para los que buscaban en aquel tiempo los dones del Espíritu Santo. Aquellos cristianos que ansiaban el don de lenguas, el don de profecía, el don del profundo conocimiento, el don de la fe, pero, sin darse cuenta, muchos se olvidaron del camino más excelente para encontrarse con Dios: el camino del amor.

«Si yo hablo en lenguas de hombres y de ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un tambor que resuena o un platillo que hace ruido. Si yo doy mensajes recibidos de Dios y conozco todas las cosas secretas, tengo toda clase de conocimientos y tengo toda la fe necesaria para cambiar los cerros de lugar, pero no tengo amor, yo nada soy. Si reparto todo lo que tengo y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve. El que tiene amor tiene paciencia, es bondadoso, no es presumido ni orgulloso, no es grosero ni egoísta... no se alegra del pecado de los otros sino de la verdad. Todo lo soporta con confianza, todo lo espera con paciencia. El amor nunca muere» (1 Cor. 13, 1-8).

Coplas por el Amor

Querer sólo por querer
es la fineza mayor,
el querer por interés
no es fineza ni es amor.
En aquella santa Cena
dijo el divino Maestro
el que quiera ser mayor
que tome el último asiento.
Ni los clavos ni el madero
me tienen crucificado,
sino sólo tu pecado
y lo mucho que te quiero.


Cuestionario

¿Basta ser un apóstol de la Biblia para salvarse? ¿Es sólo esto lo que Jesús espera de nosotros? ¿Qué hacen hoy algunos fanáticos de la Biblia? ¿Cuál es el precepto más grande que Dios nos dejó? ¿Qué significa que Dios es Amor? ¿Qué dijo Jesús sobre la Fe y las obras? ¿Cómo nos juzgará Jesús? ¿Con quién se identifica Jesús? ¿Qué dice el cántico de la caridad (Cor. 13, 1-8)?

lunes, 10 de febrero de 2020

¿CÓMO TOCAR EL CORAZÓN DE DIOS CON LA ORACIÓN?


¿Cómo tocar el corazón de Dios con la oración?
En la oración nos presentamos conscientes de nuestra debilidad, pero a la vez llenos de fe en el poder de Dios


Por: P. Guillermo Serra, .L.C. | Fuente: La-oracion.com




La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del hombre. Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.

"Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz". (Lucas 8,43-48)

Nuestra propia enfermedad debe ser presentada con fe y esperanza
La mujer hemorroisa sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro. Vivía en una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad, necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús. Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a esta enfermedad y poder ser curada.

En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores, resistencias, profundas heridas que todavía sangran. Con facilidad buscamos en el mundo diversos “doctores” que nos puedan curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos desgastando. En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz, el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra existencia, a nuestra soledad. Este acto de fe y confianza son los pasos necesarios para llegar hasta el Maestro: "Creo en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir". Presentamos nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para que Él nos cure.

Acercarse a Jesús con humildad, con la mirada siempre fija en su Amor y ternura
Con gran fe, se acercó a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto.

Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace la hemorroisa. No piensa en sí misma. No quiere "molestar" al Señor: con humildad se acerca por detrás y busca tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente. La fe no busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás. Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús: "no te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo y que quiero poderte abrazar… pero soy impura, mi alma es impura, necesito que tu amor me purifique y me haga digna de Ti".

Así la hemorroisa buscando el bien de Jesús, el no "hacerle" impuro, logra su propio bien. La oración es buscar al otro para encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón para encontrase dentro de él.

La fe mueve el Corazón de Jesús y fija su mirada en la humildad
La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos. Por eso, muchas veces la oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a su creatura tan amada y admirarla con amor.

Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una virtud salía de Él y gritó: « ¿Quién me ha tocado? » Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta. Decenas de personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha rozado el borde de su manto.

Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer, pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina.

La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios. ¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor.

Queremos tocarte Jesús. Ayúdanos Señor a tocarte con fe.

domingo, 19 de mayo de 2019

COMO YO OS HE AMADO - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 19 MAYO 2019


Como yo os he amado



Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?

Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.

Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.

Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la "cultura del intercambio". Las personas se intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que "el amor es un fenómeno marginal en la sociedad contemporánea". La gente capaz de amar es una excepción.

Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia entre nosotros.

Si la Iglesia "se está diluyendo" en medio de la sociedad contemporánea no es sólo por la crisis profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo cristiano.

Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.



Padre José Antonio Pagola

lunes, 21 de agosto de 2017

QUÉ PENSABA JESÚS DE LOS RICOS?


¿Qué pensaba Jesús de los ricos?
¿Cómo actuaba frente a ellos? ¿Les obligaba a dar todo su dinero a los necesitados? ¿Les aconsejaba lo que debían hacer con sus posesiones?


Por: P. Antonio Rivero, L.C | Fuente: Libro Jesucristo. 




Jesús, al invitar a renunciar a las riquezas, ¿apunta hacia la carencia, incita a ingresar en el vacío y la nada? Jesús apunta más bien a conseguir una riqueza infinitamente mayor. Al igual que se entra desnudo en la vida, sólo se entrará desnudo en el Reino de los cielos, pues, si desnudo se nace, desnudo se renace. Sólo quien se ha despojado de riquezas, de ambiciones, de poderes, de falsas ilusiones, de odios y revanchas, podrá entender mejor las riquezas del cielo. Jesús no viene a empobrecer al hombre, pero sí a sustituir una riqueza pasajera por la gran riqueza de Dios.

Todos los bienes materiales son regalos de Dios, nuestro Padre. Debemos usarlos en tanto cuanto nos lleven a Él, con rectitud, moderación, desprendimiento interior. Al mismo tiempo, son medios para llevar una vida digna y para ayudar a los más necesitados. Lo que Jesús recrimina es el apego a las riquezas, y el convertirlas en fin en sí mismas.

Hay expresiones de Jesús en los Evangelios bastante desconcertantes sobre las riquezas y sobre los ricos: "Hijos, cuán difícil es entrar en el Reino de Dios para los que confían en las riquezas. Más fácil es que pase un camello por ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios" (Mc 10, 24). O aquella otra frase: "No podéis servir a Dios y a Mammón" (Mt 6, 24; Lc 16, 13). ¿Jesús desprecia las riquezas, las condena? ¿Excluye de su Reino a los ricos?

1. Jesús ante los bienes materiales

Jesús era una persona pobre. Nace de una familia sin grandes recursos y en condiciones pobres. Incluso no pudieron ofrecer un cordero, por falta de recursos (cf. Lc 2, 24).

No almacena bienes y sabe vivir de la Providencia de su Padre (cf. Mt 8, 20; Lc 9, 58). Es más, las cosas son para Jesús una obra del Padre. Brotaron de la mano amorosa y providente de su Padre (cf. Mt 6, 26ss).

Y cuando llama bienaventurados a los pobres (cf. Mt 5, 3), está llamando felices a quienes son desprendidos interiormente, aquellos que ponen toda su confianza en Dios, porque todo lo esperan de Él. Pobre es sinónimo del que tiene el corazón vacío de ambiciones y preocupaciones; de quienes no esperan la solución de sus problemas sino de solo Dios. Y pobreza en la Biblia es sinónimo de hambre, de sed, de llanto, de enfermedad, trabajos y cargas agobiantes, alma vacía, falta de apoyo humano.

Jesús era pobre en ese sentido: apoya su vida en Dios, su Padre. Gracias a esa libertad interior, Jesús puede disfrutar de los bienes moderada y alegremente. Es tan libre que está por encima de las apetencias, ansiedades y vanidades. Por eso sabe gozar de las cosas y, a la vez, prescindir de ellas para seguir su misión y su preferencia por Dios Padre. Goza de un banquete (cf. Lc 7, 36-49; Jn 2, 1-12), pero también se priva de lo material cuando se lo pide su misión (cf. Jn 4, 31-32). Disfruta preparando un almuerzo a sus íntimos (cf. Jn 21, 9-12); les defiende cuando los fariseos les acusan de arrancar espigas, pues tenían hambre (cf. Mt 12, 1-8).

Pero no vive en la miseria. Tiene su vida asegurada, pues en el grupo de los apóstoles había una bolsa común (cf. Lc 8, 1-3; Jn 12, 6). Compraban alimentos (Jn 4, 8) y se hacían limosnas con parte de los bienes (cf. Jn 13, 29). Es decir, Cristo tiene bienes y los administra. Participa en banquetes y fiestas y sabe cooperar con vino generoso en las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1 ss). Y estos mismos goces sanos los desea para los demás. De ahí su hermoso y gratuito gesto de la multiplicación de los panes y peces (cf. Mt 15, 15 ss; Jn 6, 1-15).

Acepta regalos, incluso costosos (cf. Jn 12, 1-8).

Y, sin embargo, Cristo alcanza con su gloriosa resurrección la máxima riqueza que va a distribuir a todos (cf. Mt 28, 18). Sigue siendo pobre porque no posee las riquezas materiales, sino las de Dios.

¿Cuál fue, entonces, la postura de Jesús frente a los bienes materiales? La enseñanza central de Cristo en lo económico es ésta: relativización del dinero. A Jesús le interesa mucho más cómo se usa lo que se tiene que cuánto se tiene y, sobre todo, le importa infinitamente más lo que se "es" que lo que se tiene. Jesús quiere dar a entender que la verdadera riqueza es la interior, la del corazón. La riqueza material nos debe ayudar a ser ricos en generosidad, desprendimiento y solidaridad.

Al decir que Jesús consideraba las riquezas como relativas, no significa que Jesús fuera un adorador romántico de la pobreza, en sentido material. No es que Jesús quiera la pobreza material, que se convierta en miseria. No. Por eso, su mensaje es bien claro: todos somos hermanos y debemos compartir lo que tenemos, para que nadie sufra esa pobreza material. Si no tenemos caridad no somos nada (cf. 1 Cor 13, 1 ss).

La postura de Jesús frente a las riquezas es de una gran libertad interior. Jesús no está apegado a ellas, no está esclavizado a ellas, no está obsesionado por ellas. Vive la pobreza como ese desapego interior de todo. Por eso, Jesús insiste en que lo material es perecedero y lo sobrenatural es eterno. Así se entiende por qué no toma posición ante quien le pide juicio sobre lo material (cf. Lc 12, 14).

La cruz descubre profundamente el valor que Jesús concede a las cosas materiales y terrenas. Para salvar a los hombres y cumplir la misión confiada por su Padre, dio todo cuanto tenía. Jesús en la cruz es pobre de cosas, pero es rico en amor, perdón, misericordia, obediencia. De su costado abierto brotó la Iglesia, los sacramentos, el regalo de su Madre.

2. Jesús ante los ricos

Cuando decimos que Jesús prefiere como amigos a los pobres no estamos diciendo que excluya a los ricos. Jesús, enemigo de toda discriminación, no iba Él a crear una más. En realidad, Cristo es el primer personaje de la historia que no mide a los hombres por lo económico sino por su condición de personas.

Es un hecho que no faltan en su vida algunos amigos ricos con los que convive con normalidad. Si al nacer eligió a los pastores como los primeros destinatarios de la buena nueva, no rechazó, por ello, a los magos, gente de recursos y sabia. Y si sus apóstoles eran la mayoría pescadores, no lo era Mateo, que era rico y tenía mentalidad de tal. Y Jesús no rechaza invitaciones a comer con los ricos; acepta la entrevista con Nicodemo, cuenta entre sus amigos a José de Arimatea, tiene intimidad con el dueño del cenáculo, gusta de descansar en casa de un rico, Lázaro, y, entre las mujeres que le siguen y le ayudan en su predicación figura la esposa de un funcionario de Herodes. Tampoco rehusa el ser enterrado en el sepulcro de un rico.

Jesús ama a todos: pobres y ricos. Conocemos su relación con Simón, el fariseo (cf. Lc 7, 36), y con Nicodemo, doctor de la Ley (cf. Jn 3, 1). El rico José de Arimatea es mencionado expresamente entre sus discípulos (cf. Mt 27, 57). En sus viajes le seguían "Juana, mujer de Cusa, procurador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes" (Lc 8, 3). Por lo que podemos juzgar, sus apóstoles no pertenecían a las más bajas clases sociales, sino como Jesús mismo, a la clase media.

Más que a las riqueza en sí o a los ricos, Jesús combate la actitud de apego frente a esas riquezas. Jesús veía en la mayor parte de los fariseos y saduceos, representantes de la clase rica y dirigente del país, las funestas y alarmantes consecuencias del culto a Mammón. Lo que les impedía seguirle, manteniéndoles alejados del reino de los cielos, no era la riqueza en sí, sino su egoísmo duro, su orgullo, su apego a ella, a sus privilegios.

Cuando Jesús llama la atención a los ricos es porque el rico, apegado a las riquezas, no siente necesidad de nada, pues lo tiene todo y no desea que cambien las cosas para seguir en su posición privilegiada. A quien le falta siente nostalgia de Dios y le busca.

Es un hecho que Jesús frente al pobre y necesitado lo primero que hacía era la liberación de su problema o dolencia, y sólo después venía la exigencia de conversión. Mientras que, frente al bien situado y rico, lo primero que le pedía era la exigencia de conversión y, sólo cuando esta conversión se manifestaba en obras de amor a los demás, anunciaba la salvación para aquella casa (cf. Lc 19, 1-10).

Por eso Jesús no condena sin más al rico, ni canoniza sin más al pobre. Pide a todos que se pongan al servicio de los demás. Para Jesús el verdadero valor es el servicio. Por lo mismo, la salvación del pobre no será convertirle en rico y la del rico robarle su riqueza, sino convertir a todos en servidores, descubrir a todos la fraternidad que cada uno ha de vivir a su manera.

3. Juicio de Jesús sobre las riquezas

No obstante lo dicho, Jesús anuncia del peligro y riesgo de las riquezas. Aquí la palabra de Jesús no se anda con rodeos. Para Jesús la riqueza, como vimos, no es el mal en sí, pero le falta muy poco. La idolatría del dinero es mala porque aparta de Dios y aparta del hermano. Así se explican las palabras de Jesús: no se puede amar y servir a Dios y a las riquezas (cf. Mt 6, 24; Lc 16, 13); la preocupación por la riqueza casi inevitablemente ahoga la palabra de Dios (cf. Mt 13, 22); es sinónimo de "malos deseos" (cf. Mc 4, 19). El que atesora sólo riquezas para sí es sinónimo del condenado (cf. Lc 12, 21). Cuando el joven rico no es capaz de seguir a Cristo es porque está atrapado por la mucha riqueza (cf. Lc 18, 23).

La crítica de Jesús al abuso de la riqueza se basa, efectivamente, en el poder totalizador y absorbente de ésta. La riqueza quiere ser señora absoluta de aquél a quien posee. Por eso, Jesús pone en guardia sobre la salvación del rico. Será difícil la salvación de aquel que haya vivido sólo para la riqueza, de la riqueza, con la riqueza, despreocupado del amor a Dios y al prójimo. Haría falta un verdadero milagro de Dios para que consiga la salvación (cf. Mt 19, 23; Mc 10, 25; Lc 18, 25).

Esta es la razón por la que el rico tiene que "volver a nacer", como sucedió a Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10); tiene que compartir, si quiere salvarse, cosa que no hizo el rico Epulón (cf. Lc. 16, 19-31); tiene que aceptar la invitación de Dios al convite de la fraternidad y no hacer oídos sordos, como hicieron los egoístas descorteses, que prefirieron sus cosas y por eso no entraron en el banquete del Reino (cf. Lc 14, 15-24).

¿Se salvará o no se salvará el rico? Si abrimos san Mateo, capítulo 25, 31-46, podemos concluir lo siguiente: Se salvará -rico o pobre- el que haya dado de comer, de beber, el que haya consolado al enfermo, el que haya tenido piedad con sus hermanos. Y se condenará -rico o pobre- el que haya negado lo que tiene, mucho o poco, a los demás.

CONCLUSIÓN

Es un error pensar que la vida es un ascenso hacia la fortuna material para gozar de los bienes en el más allá. ¡Qué diversos son los bienes que nos alcanzó Cristo con su resurrección! Él nos consigue la verdad, la libertad, la sinceridad, la comprensión, la satisfacción de no tener ansiedades, la paz, el perdón. Y sobre todo, la riqueza de las riquezas: el cielo. Y por ese cielo es necesario vender todo y así comprarlo (cf. Mt 13, 44-46). ¡Es la mejor inversión en vida!

martes, 1 de agosto de 2017

HOY POR TI, MAÑANA POR MI


Hoy por ti, mañana por mi



Un día, un muchacho muy pobre - vendedor de puerta a puerta para pagar sus estudios - se encontró con sólo diez centavos en su bolsillo y tenía mucha hambre. Entonces decidió que en la próxima casa pediría comida.

No obstante, perdió su coraje cuando una linda y joven muchacha abrió la puerta, y sólo se atrevió a pedir un vaso con agua. Ella pensó que él se veía hambriento y le trajo un gran vaso con leche. Lo bebió lentamente y luego preguntó: "¿Cuánto le debo?". "No me debe nada - le respondió -. Mi mamá nos enseñó a nunca aceptar pago por bondad.." Él dijo:

"Entonces le agradezco de corazón". Cuando Howard Kelly, que ya estaba listo para rendirse y renunciar, se fue de esa casa, no sólo se sintió más fuerte físicamente sino también en su fe en Dios y en la humanidad.

Años más tarde esa joven enfermó gravemente. Los doctores locales estaban muy preocupados. Finalmente la enviaron a la gran ciudad donde llamaron a especialistas para que estudiaran su rara enfermedad. Uno de esos especialistas era el Dr. Howard Kelly.

Al leer el nombre del pueblo de donde venía la muchacha, una extraña luz brilló en sus ojos. Inmediatamente se levantó. Vestido en sus ropas de doctor fue a verla y la reconoció inmediatamente. Luego volvió a su consultorio, determinado a hacer lo posible para salvar su vida.

Desde ese día le dio atención especial al caso. Después de una larga lucha, la batalla fue ganada. El Dr. Kelly pidió a la oficina de cobros que le pasaran la cuenta final para darle su aprobación. La miró, luego escribió algo en la esquina, y la cuenta fue enviada al cuarto de la muchacha.

Ella sintió temor de abrirla porque estaba segura de que pasaría el resto de su vida tratando de pagarla. Finalmente la miró, y algo llamó su atención en la esquina de la factura, donde se leían las siguientes palabras:

"Pagado por completo con un vaso de leche." 
Firmado, Dr. Howard Kelly.

viernes, 28 de julio de 2017

EL BARCO


El barco


Se cuenta que una noche navegaba un barco en alta mar.  De pronto, recibe por radio la indicación de apagar las luces y seguir una luz más potente, que le señalaba otro rumbo, pero el capitán no quiso hacerle caso, y siguió su ruta.  Pero volvió a oír el llamado, una y otra vez. Finalmente, él dijo:
- Yo soy el capitán del barco y el barco irá por donde yo decido.

Entonces, recibió ésta respuesta:
- Si usted es el capitán del barco, le digo que yo soy el guardián del faro.  Y le digo que, si continúa en ese rumbo, se estrellará contra unos arrecifes.  Ahora, siga la luz del faro, que lo conducirá a salvo.

El capitán se calló, y obedientemente siguió al que lo guio a puerto seguro.

Nuestras vidas son como barquitos en el mar de la vida.  Cada uno es el capitán de su barco, y lo va llevando como mejor le parece.  Algunos eligen bien, otros más o menos, otros hacen elecciones que hacen que su barquito se estrelle contra las drogas, el alcohol, o las enemistades.

¿Cómo podemos estar seguros de no naufragar? ¿Cómo podemos estar seguros de llegar a buen puerto?

Abandonando el mando, como este capitán que se dejó guiar por el vigía del faro.  Diciendo: “Señor, no quiero manejar mi vida a mi antojo. Quiero seguir tus indicaciones. Quiero recibir tu guía, día a día.”

Conozco personas que cuando llegaron a tener y a sobresalir, muy pronto se olvidaron que era de Dios que procedía su condición.  Comenzaron a vanagloriarse de sus logros y posesiones.  Se atribuyeron los méritos que no les correspondía.  Cerraron su mano al necesitado a pesar de tener recursos de sobra.

Ante este cambio de actitud, fue necesario que Dios les recordase su condición, y fue así que después de una dolorosa pero amorosa disciplina, llegaron a entender su error.  Llegaron a entender que las cosas, las posiciones y las riquezas son inciertas.  Hoy son, pero mañana no lo son.

He conocido personas o grandes corporaciones que han estado en la cúspide del éxito durante muchos años,  pero de repente todo cayó al suelo estrepitosamente.   ¿Y todo por qué?   Porque todo es incierto en este mundo.   Sólo Dios permanece.
   
El trabajo que tú tienes...   es incierto.
Los recursos que posees...   son inciertos.
El prestigio del que gozas...   es incierto.
El éxito que vives...   es incierto.

Esto nos recuerda que todo es como neblina.  Nuestra única dependencia radica en el Dios Vivo, en el creador y sustentador del universo. 

lunes, 24 de julio de 2017

SEMBRAR ESPERANZA, NO AMARGURA, SER PARÁCLITO DEL QUE SUFRE


Sembrar esperanza, no amargura
Ser "paráclito" del que sufre


Por: Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas. | Fuente: Catholic.net 




VER

Ya casi no me dan ganas de ver los noticiarios de la televisión, pues lo que más difunden son robos, asesinatos, accidentes, casos de corrupción, secuestros, fallas del sistema penal o judicial, desgracias por las lluvias, contaminación, casos de pederastia, guerras, etc. Son pocos los ejemplos de éxito, de solidaridad, de honradez, de trabajo, de superación, de familias armónicas, de jóvenes honestos, de políticos rectos, de servidores de la comunidad. Se queda uno con amargura en el corazón, con tristeza y decepción por nuestra realidad. Pareciera que todo está mal. Como dice la propaganda: Lo bueno no se cuenta. ¡Hay tantas cosas buenas entre nosotros, y no se conocen, no se difunden; no son noticia!

Hay personas en nuestra sociedad, e incluso en nuestros grupos, que son especialistas en descubrir y resaltar el prietito negro en el arroz. Sólo tienen ojos, mente y corazón para denunciar lo que consideran que está mal. Nunca sale de su boca una palabra alentadora, un agradecimiento, una valoración del bien que alguien ha hecho. Pareciera que alabar a alguien por algo justo y digno es una adulación, una degradación, una traición a la misión profética. Hay corazones amargados y con visiones unilaterales, incapaces de animar y felicitar. ¿Cómo habrá sido su infancia? ¿Por qué siempre están a la defensiva, o mejor dicho, a la ofensiva? ¿Qué complejos vienen arrastrando?

En días pasados, fui a una comunidad tseltal, cien por ciento indígena. Al terminar la Misa, muchas personas se me acercaban con el deseo intenso de recibir una bendición personal. Me querían compartir, más con su rostro que con palabras, sus dolencias, sus enfermedades, sus problemas, y me pedían con insistencia una oración. Para mi sorpresa, pues son pobres, me daban alguna moneda, o un billete de baja denominación, algunos incluso con un papel escrito y con dinero dentro, en que me solicitaban plegarias por algunos de sus familiares enfermos. Me destroza el alma sentir su dolor, su enfermedad, sus carencias, y al mismo tiempo lo poco que puedo hacer para remediar sus males. No me pedían medicinas ni dinero, sino sólo una bendición, una oración. Y al hacerla, en sus ojos brillaba el consuelo, la esperanza, la paz. No dejo de orar todos los días por sus necesidades. Y lo mismo nos pasa con tantos migrantes y personas necesitadas que se nos acercan con confianza. Piden una ayuda económica, pero sobre todo ser escuchados, orientados y animados.

PENSAR
El Papa Francisco, en su catequesis del miércoles anterior a Pentecostés, nos decía: “El Espíritu Santo no nos hace sólo capaces de esperar, sino también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros  -como El y gracias a El-  ‘paráclitos’, es decir, consoladores y defensores de los hermanos, sembradores de esperanza. Un cristiano puede sembrar amarguras, puede sembrar perplejidad, y esto no es cristiano. Quien hace esto, no es un buen cristiano. ¡Siembra esperanza: siembra aceite de esperanza, siembra perfume de esperanza, y no vinagre de amargura y de desesperanza! Y son sobre todo los pobres, los excluidos y no amados, quienes necesitan a alguien que se haga para ellos ‘paráclito’; es decir, consolador y defensor, como el Espíritu Santo hace con cada uno de nosotros. Nosotros tenemos que hacer lo mismo con los más necesitados, con los más descartados, con los que más lo necesitan, los que sufren más. ¡Defensores y consoladores! Que el Espíritu Santo nos haga abundar en la esperanza. Os diré más: Nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que están más necesitados, más descartados, y por todos aquellos que tienen necesidad” (31-V-2017).

ACTUAR
Aprendamos a ponernos en los zapatos de los otros. ¿Qué necesitan? ¿Qué anhela su corazón? ¿Qué les duele? ¿Qué les ayudaría más? ¿Qué puedo hacer por ellos? Si yo estuviera en su situación, ¿qué valoraría más?

Además de ser críticos y denunciar lo que en verdad está mal, pues eso nunca debemos dejar de hacerlo cuando sea necesario, demos ánimos y esperanzas a los que sufren. Si no podemos resolver todos sus problemas, hagamos lo que más podamos por ellos. Que no se sientan solos, sino que cuentan con nuestro apoyo y nuestra solidaridad, material y espiritual.

miércoles, 7 de junio de 2017

ADORACIÓN Y ALABANZA


Adoración y alabanza


La adoración y alabanza surgen del conocimiento de quién es Dios. La Biblia dice que es eterno e inmutable, santo y perfectísimo, fiel y misericordioso, omnisciente y sapientísimo, grande y poderoso, cercano y presente, infinito e insondable, autor de maravillas, omnipresente e inmenso. Exprésale tus sentimientos con esta hermosa oración del P. V. Fernández:

Te adoro, Señor, me postro, me entrego, porque sólo tú eres el grande, el infinito, el glorioso, Señor del universo y de la vida. Te alabo, Dios, el fuerte, el potente, el vigoroso, mi seguridad y mi defensa. En ti me siento firme, en ti mi corazón descansa y se afianza. Gloria a ti, que derramas en el mundo calor y hermosura, música y vida. Santo eres, puro y limpio, simple y sin engaños. Luminoso como el agua clara, como la nieve, como el manantial feliz y siempre nuevo. Bendito seas, Señor. Amén.

Ante este Ser, que es Rey y soberano de todo, lleno de gloria y majestad, misterioso e inefable, admirable y deslumbrante, incomprensible, espiritual e invisible, a nosotros sus criaturas nos corresponde adorarlo desde nuestra pequeñez, y elevarle cánticos de alabanza en su honor y gloria. Alabar y adorar a Dios es lo justo y correcto.


* Enviado por el P. Natalio

jueves, 27 de abril de 2017

VALE LA PENA

VALE LA PENA...

Hay momentos que sentimos que todo esta mal, que nuestras vidas se hunden en un abismo tan profundo, que no se alcanza a ver
ni un pequeño resquicio por el que pase la luz.
En esos momentos debemos de tomar todo nuestro amor, nuestro coraje, nuestros sentimientos, nuestra fuerza y luchar por salir adelante. Muchas veces nos hemos preguntado si vale la pena levantarnos de nuevo, y solo puedo contestar una cosa: 
"Hagamos que nuestra vida valga la pena".

Vale la pena sufrir, porque he aprendido a amar con todo el corazón.
Vale la pena estar en la oscuridad y caer hasta lo mas profundo, porque ya no puedo ir más hacia abajo, de ahí en adelante todo va a ser hacia arriba hasta que vea la luz.
Vale la pena entregar todo, porque cada sonrisa y lágrima son sinceras. Vale la pena agachar la cabeza y bajar las manos, porque al levantarlas seré más fuerte de corazón.
Vale la pena una lágrima, porque es el filtro de mis sentimientos, a través de ella me reconozco frágil y me muestro tal cual soy.
Vale la pena cometer errores, porque me da mayor experiencia y objetividad.
Vale la pena volver a levantar la cabeza, porque una sola mirada puede llenar ese espacio vacío.
Vale la pena volver a sonreir, porque eso demuestra que he aprendido algo más.
Vale la pena acordarme de todas las cosas malas que me han pasado, porque ellas forjaron lo que soy el día de hoy.
Vale la pena voltear hacia atrás, porque así se que he dejado huella en los demás.
Vale la pena vivir, porque cada minuto que pasa es una oportunidad de volver a empezar.
Todo esto son solo palabras, letras entrelazadas con el único fin de dar una idea.
Lo demás, depende de cada uno de nosotros.
Dejemos que nuestras acciones hablen por nosotros.
Hagamos que nuestra vida valga la pena.

SÉ FELIZ

¿Verdad que vale la pena?

VENGO POR TI

VENGO POR TI

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la comida para cenar, la cual no me gustó mucho que digamos y tengo que comer la comida que no me gusta.

Voy a entrar al baño y mi hija de apenas año y medio no me deja porque quiere jugar conmigo. No entiende que estoy cansado y quiero entrar al baño.

Después, tomo mi revista para leerla en mi sillón y mi hija nuevamente quiere jugar y que la arrulle entre mis brazos. Yo quiero leer con tranquilidad mi revista, y sale mi esposa con su: "¿Qué tal me ves? Me arreglé para ti". Le digo que bien, sin despegar mis ojos de mi revista. Para variar, se enoja conmigo por que dice que no la comprendo y que nunca la escucho. No sé por qué se enoja si le pongo toda mi atención, es más, aún viendo la T.V. le pongo atención, bueno, siempre y cuando haya malos anuncios. A veces quisiera estar solo y no escuchar nada, yo sólo quiero descansar. Suficientes problemas tengo en el trabajo para escuchar los de mi casa.

Mi padre también me molesta algunas veces y entre clientes, esposa, hija, padre, me vuelven loco, quiero paz. Lo único bueno es el sueño, al cerrar mis ojos siento un gran alivio de olvidarme de todo y de todos.

-Hola, vengo por ti.

-¿Quién eres tú? ¿Cómo entraste?

-Me manda Dios por ti, dice que escuchó tus quejas y tienes razón, es hora de descansar.

-Eso no es posible, para eso tendría que estar...

-Así es, sí lo estás; ya no te preocuparás por ver a la misma gente, ni por caminar, ni de aguantar a tu esposa con sus guisos, ni a tu pequeña hija que te moleste; es más, jamás escucharás los consejos de tu padre.

-Pero... ¿Qué va a pasar con todo? ¿Con mi trabajo?

-No te preocupes; en tu empresa ya contrataron a otra persona para ocupar tu puesto y por cierto, está muy feliz porque no tenía trabajo.

-¿Y mi esposa y mi hijita?

-A tu esposa le fue dado un buen hombre que la quiere, respeta y admira por sus cualidades que tú nunca observaste en ella y él acepta con gusto todos sus guisos sin reclamarle nada, porque gracias a Dios y a ella, tiene algo que llevarse a la boca todos los días a diferencia de otras personas que no tienen nada que comer y pasan hambre hasta durante meses. Y además, se preocupa por tu hija y la quiere como si fuera de él y por muy cansado que siempre llegue del trabajo, le dedica tiempo para jugar; son muy felices.

-No, no puedo estar muerto.

-Lo siento, la decisión ya fue tomada.

-Pero... eso significa que jamás volveré a besar la mejillita de mi hijita; ni a decirle te amo a mi esposa; ya no veré a mis amigos para decirles lo mucho que los aprecio; ni darle un abrazo a mi padre. Ya no volveré a vivir, ya no existiré más, me enterrarán en el panteón y ahí se quedará mi cuerpo cubierto de tierra. Nunca más volveré a escuchar las palabras que me decían: "Hey amigo, eres el mejor"; "Hijo mío, estoy orgulloso de ti"; "Cuánto amo a mi esposo"; "Hermano mío, me alegro de que vinieras a mi casa"; "Papi..."

-No, no quiero morir; quiero vivir, envejecer junto a mi esposa, no quiero morir todavía...

-Pero es lo que querías, descansar, ahora ya tienes tu descanso eterno, duerme para siempre.

-No, no quiero, no quiero. ¡Por favor, Dios!

-¿Qué te pasa amor? ¿Tienes una pesadilla? - dijo mi esposa despertándome.

-No, no fue una pesadilla, fue otra oportunidad para disfrutar de ti, de mi bebé, de mi familia, de todo lo que Dios creó. ¿Sabes?, Estando muerto ya nada puedes hacer y estando vivo tienes la oportunidad de hacer felices a los demás y hacer la voluntad de Dios. Una vez cerrados tus ojos, nadie te garantiza volver a abrirlos.

¡Que bello es vivir! Hoy lo logré, mañana... mañana Dios dirá

jueves, 4 de agosto de 2016

CUANDO DIOS CALLA, LA CERTEZA DE UNA PRESENCIA


Cuando Dios calla: La certeza de una Presencia 
Volvemos sedientos a hablarle, a preguntarle, a suplicarle con insistencia redoblada: ¡escúchame!


Por: Angeles Conde | Fuente: La-oracion.com 




Una queja paradójica
EL silencio de DIos lo contemplamos desde diversos puntos de vista, para ayudarnos a comprender siquiera un poco, a aceptar, a conocer, a abrazar en la fe, a vivir este misterio bello, por ser Suyo, pero que tantas veces nos sorprende y algunas veces puede causar inquietud, constituir un obstáculo para el encuentro sereno y amoroso con Él en nuestra ermita interior.

A veces Dios parece mudo, indiferente, a nuestras súplicas. Cuando su silencio se prolonga incluso por años puede llegar a ser una experiencia tremendamente dolorosa para el alma que lo busca con sinceridad.

Como no lo escuchamos, lo primero que pensamos es que Él no nos escucha. Y sin embargo oramos. No nos damos por vencidos, un día y otro acudimos a Él, volvemos sedientos a hablarle, a preguntarle, a suplicarle con insistencia redoblada: ¡escúchame!

"Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica". (Salmo 129)

"Señor, Dios mío, de día te pido auxilio,
De noche grito en tu presencia;
Llegue hasta ti mi súplica,
inclina tu oído a mi clamor (...)
Todo el día te estoy invocando,
tendiendo las manos hacia ti". (Salmo 87)


Qué misterio. Qué paradoja. Hemos de concluir que de un modo desconocido Dios sostiene nuestra fe en su presencia. Es un hecho que creemos que está ahí cuando le dirigimos la palabra, cuando elevamos a Él el corazón. Pues ¿quién en su sano juicio hablaría con la pared? Si oramos, incluso si nos quejamos, es porque tenemos la íntima certeza de que Dios nos escucha. Actuamos al menos como si creyéramos que nos escucha siempre, incluso aunque no responda, dado que oramos en cualquier momento, siempre que se nos ocurre. Estamos dando por supuesto que Él se encuentra disponible, permanentemente atento a nosotros. De hecho, es así.

Es esta certeza de su presencia amorosa la que permite al salmista clamar:

"¿Por qué, Señor, me rechazas
y me escondes tu rostro?" (Salmo 87)

El salmista siente que Dios se ha escondido, y sin embargo no lo considera ausente. Si Dios no estuviera cerca suyo, atento a su oración, ¿qué sentido tendría dirigirle la palabra? Y si no existiera una comunión de mutuo amor con Dios, ¿por qué habría de quejarse? No puede negarlo: sabe que Dios está ahí con él, aunque sus ojos no lo vean, sus oídos no lo escuchen, su corazón no lo sienta.

La certeza de una Presencia

Hace muchos años una compañera de oficina colocó sobre la computadora un post it que decía: "del deseo de que me contesten los mensajes, líbrame Jesús".
En nuestra experiencia cotidiana, algo que suele exasperarnos es no obtener respuesta a nuestras preguntas, especialmente cuando nos parecen necesarias, urgentes, prioritarias. Envías un mail, y nada; pruebas con un whatsapp, y tampoco. Te haces un tiempo, llamas por teléfono, y no llega la llamada de vuelta. Vuelves a probar más tarde, dejas recado, nada. La impaciencia llega al clímax cuando quien no responde es tu esposo, tu madre, tu novia, tu jefe... No tiene necesariamente lógica, pero frecuentemente a causa de esta ausencia de respuestas nos sentimos rechazados, ofendidos, no queridos. Hasta que por fin constatamos, algo avergonzados de la "tormenta en el vaso de agua", que, en la mayor parte de los casos, no había nada de eso.

Tal vez no caemos en la cuenta de que Dios responde de otra manera, de muchas maneras. Una de las más bellas es su amor incondicional: Dios responde "estando ahí", presente. Responde permaneciendo a nuestro lado. Su amor de Padre, su atención incansable a cada uno de sus hijos, anclan su mirada a nuestro corazón.

Cada uno de nosotros, cuando se queda en silencio, no sólo necesita sentir los latidos de su corazón, sino también, más en profundidad, el pulso de una presencia fiable, perceptible con los sentidos de la fe, y sin embargo mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo." (Benedicto XVI 1 de junio de 2008)

Si la oración es encuentro, éste puede ser silencioso. Para el amor no hacen falta palabras. Muchas veces, en realidad, sobran. Los novios, los esposos, los verdaderos amigos, conocen el lenguaje de la mirada, de la compañía, de la confianza inquebrantable, de la paciencia oblativa en los momentos de contraste o dificultad. Del "estar ahí".

Rezo porque confío que Alguien me escucha pase lo que pase, noche y día. Siempre.
Rezo porque confío que acoge mi oración en Su corazón. Yo sé que le importo. Sé que por mí le importan mis cosas, mis preocupaciones incluso más pequeñas, y sobre todo las personas a las que amo.

Rezo porque confío en el amor de Dios a quien amo.
Y cuando rezo...
A veces, Dios habla.
Yo le escucho.
Su voz resuena en mi interior y el eco permanece.
A veces, Dios calla.
Yo le comprendo.
Su silencio encuentra eco en mi corazón.
Reluce en la penumbra su Presencia.
Retumba como una llamada: la del amor crecido, incondicional, sereno, cierto.
La del "sólo Dios basta" de Teresa de Ávila.

Con los sentidos del alma
El espacio invisible de la presencia de Dios es al mismo tiempo el inaudible de su Palabra. Habla calladamente, pero no deja de pronunciarse. Escucha mi interior desde Su interior. "Dios escucha mejor los corazones que las voces" decía S. Juan Crisóstomo. Tal vez podamos también nosotros escuchar mejor el Corazón que la Voz de Dios.
Se trata, pues, de actuar los sentidos del alma, unos nuevos oídos interiores, una nueva mirada, con los que tocar a Dios. La fe, la confianza, la esperanza, el amor.

"El hombre no puede orar más que apoyándose en una fe viva. A la inversa- y así se cierra el círculo-, su fe no es viva más que si ora". (Romano Guardini, Initiation a la Prière, cap.I)

No estamos solos en esta tarea. El Espíritu Santo infunde en nosotros la gracia y las virtudes que tanto necesitamos, y fortalece nuestro ánimo para que no desfallezcamos en nuestra búsqueda. Podemos pedírselo así a este Maestro interior de oración (cf. Catecismo 2672) con palabras que tal vez hemos recitado muchas veces: "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor" (cf. Secuencia de Pentecostés).
Ven Espíritu Santo, llena mi corazón, y enciende en mí el fuego de tu amor, la llama viva de tu presencia.
Que te descubra escondido dentro de mí, santo y cálido huésped y amigo de mi alma.
Que mi vida sea un espacio de acogida en el que establezcas tu casa.
Vivir contigo me basta.

A ver quién puede
"El hombre que ora se planta de cara al Todopoderoso y le dice valientemente: A ver quién puede. Se entabla entonces una lucha entre dos seres desproporcionados, de los cuales el uno no es sino tierra y suciedad, doblemente impotente contra su adversario, por su creación y por sus faltas; y sin embargo, lejos de que el miedo paralice al hombre, parece que hace estremecer a Aquel cuya majestad hace temblar a todo. Dios se defiende; Dios parece temer en sí un punto débil, un paso mal defendido. "Déjame", dice Él un día a Moisés. Déjame, es decir, no me ruegues, porque si tú me insistes, yo cedo. En este combate en que el hombre interpela a Dios, le asedia con la misma petición, le recuerda sus promesas, le conjura en su nombre, le representa los inconvenientes de una negativa, le suplica, le intima, le cansa, parece que Dios teme el resultado del debate y que el hombre está seguro de antemano..." (Padre PONTET, "L´homme moderne et la Prière", pp.65-66 en FRANCOIS STROOBANTS, La oración, pp.78-79)


Jesús mismo nos invitó a no cejar en la oración. Nos aseguró que seríamos escuchados. Y lo demostró cuanto pudo. Él mismo escuchó siempre a quienes lo invocaron: sea con palabras, como ruego del leproso (Mc 1,40-41), el de un padre angustiado que imploraba la salud para su hija (Mc 5,36), del ladrón crucificado a su lado (Lc 23, 39-43), o sea en silencio como los portadores del paralítico (Mc 2,5), el roce de la hemorroísa (Mc 5,28) o las lágrimas y el perfume de la mujer pecadora (Lc 7, 37-38). (Cf Catecismo 2616) Confiemos pues. Algún día, Jesús mismo, conmovido por la oración ferviente y perseverante, nos dirá: 

"Yo he escuchado tu oración, he visto tus lágrimas y voy a curarte". (2 Re 20,5)

Y podremos exclamar como Job:

"Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos". (Job 42,5)
Los ojos de la fe viva. Los ojos del corazón profundo, donde nuestro Señor habita. Un buen día nuestra mirada descubrirá a Aquel que siempre estuvo a nuestro lado y dentro de nosotros, con su presencia resucitada: "¡Es el Señor!" (Jn 21,7)