miércoles, 18 de mayo de 2016

LOS TIEMPOS DE DIOS


Los tiempos de Dios
Dios ha desarrollado su plan de manera perfecta para cada uno. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¡Solo El lo sabe!.


Por: Oscar Schmidt 




Tres tiempos ha pensado Dios para el desarrollo de la historia de la humanidad, dentro del gran misterio que representa Su Plan para nosotros.

Los primeros tiempos fueron los de la Creación, los tiempos del Padre que con Su Pensamiento y Su Voluntad creó todo lo que nos rodea. Y fueron también los tiempos de la Fe: Fe en la existencia de un Dios único, omnipotente, lleno de amor por sus criaturas. Pero, fue el propio hombre el que corrompió la perfección de esa creación, haciendo uso de su voluntad, del libre albedrío que Dios le dio. Y fue utilizando mal ese libre albedrío que el hombre volvió a caer, una vez más, olvidándose en forma creciente del Dios Creador.

Dios Padre abrió entonces la puerta a los segundos tiempos: los de la Redención, los tiempos de la Salvación, tiempos del Hijo. Y sin dudas que estos tiempos fueron los de la Esperanza, ya que el Mesías nos trajo el anuncio del Reino, la promesa de un futuro de felicidad. La llegada de Cristo abrió las puertas del Cielo y también abrió nuestros corazones al Arca en que Dios quiso resguardarnos de los males del mundo: María. ¿Acaso podía el Padre elegir un modo imperfecto en el acto de dar Su naturaleza Humana al Hombre Dios, a Su Hijo?. Los tiempos de la redención no pueden entenderse, entonces, sin unir a Madre e Hijo, Redentor y Corredentora, en la Pasión, Muerte y Resurrección que nos conducen a la esperanza de una vida de plenitud.

Y fue el mismo Jesús quien anunció la llegada del tercer tiempo en la historia de la humanidad, al anticipar la venida del Espíritu Santo, Espíritu de Santificación. Estos son, entonces, los tiempos de la Santificación. Y son también los tiempos de la caridad, ya que el Espíritu Santo es Espíritu de Amor, como Jesús nos lo enseñó con su nuevo y principal mandamiento. De este modo, el Espíritu de Dios se derrama sobre el mundo, buscando los corazones que le den acogida, que lo dejen actuar. Somos los hombres los que debemos reconocer y facilitar su accionar, por el camino de la humildad y el amor. En estos tiempos es el Espíritu Santo el que habla a través de quienes Evangelizan y llevan el mensaje renovado (¡una vez más!) por obra del Soplo Divino. Llevar a las almas a Dios es la caridad perfecta, es el amor que difunde el mensaje de Salvación.

De este modo hemos visto una humanidad que ha recorrido distintas etapas a lo largo de su historia:

Los tiempos del Padre, de la Creación, del Pensamiento Divino que todo lo hizo. Fueron tiempos de Fe.

Los tiempos del Hijo, de la Redención, del amor del Padre expresado en el Hombre Dios, nacido de la Nueva Eva, la Mujer Perfecta. Son los tiempos de la Esperanza.

Y finalmente los tiempos del Espíritu Santo, de la Santificación, del amor derramado sobre el mundo. Tiempos de Caridad.

Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Creación, Redención y Santificación.
Fe, Esperanza y Caridad.

Dios ha desarrollado su Plan de manera perfecta, dejando que en cada tiempo se manifieste un aspecto nuevo y maravilloso de Su Divinidad. Es un camino con un destino cierto, un destino de plenitud. Cuando se haya alcanzado esa plenitud, cuando el plan esté completo, estaremos en condiciones de presenciar el gran final que el Señor nos tiene preparados. ¿Cuándo?. ¿Cómo? ¡Solo El lo sabe!

BIENVENIDOS!!!


lunes, 16 de mayo de 2016

LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO


Dones del Espíritu Santo


Sabiduría
Es el primero y mayor de todos los dones. Es el gusto por las cosas de Dios, por lo espiritual.
De alguna manera es “saborear a Dios” (Santo Tomás) y saber ver con los ojos del corazón.
San Juan Pablo II lo definía como "la luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios... Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas”


Entendimiento
Es la gracia que nos permite comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas.
Es luz para entender el misterio de Dios, el misterio de Cristo, el misterio del  hombre, el misterio de la historia, el misterio de la vida.
San Juan Pablo II decía que mediante este don el Espíritu Santo, que ‘escruta las profundidades de Dios’ (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro: "¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?" (Lc 24:32)


Consejo
Ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone, sugiriendo lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene al alma.
Prudencia a la hora de hablar y de escuchar, capacidad de tomar y ayudar a tomar decisiones acertadas; orientar en el buen camino, corregir, alentar.
San Juan Pablo II decía que es “una necesidad que se siente mucho en nuestro tiempo, turbado por no pocos motivos de crisis y por una incertidumbre difundida acerca de los verdaderos valores, es la que se denomina «reconstrucción de las conciencias». Es decir, se advierte la necesidad de neutralizar algunos factores destructivos que fácilmente se insinúan en el espíritu humano, cuando está agitado por las pasiones, y la de introducir en ellas elementos sanos y positivos”.


Fortaleza
Es la fuerza sobrenatural que sostiene la virtud moral para obrar valerosamente o que Dios quiere de nosotros y sobrellevar las contrariedades de la vida, resistir las pasiones internas y las del ambiente.
Estamos muy marcados por la debilidad y los apegos. Necesitamos audacia para cumplir nuestra misión, para superar miedos y comodidades, para afrontar riesgos y dificultades.
Decía San Juan Pablo II: “el hombre cada día experimenta la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral, cediendo a los impulsos de las pasiones internas y a las presiones que sobre el ejerce el ambiente circundante. Precisamente para resistir a estas múltiples instigaciones es necesaria la virtud de la fortaleza, que es una de las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoya todo el edificio de la vida moral: la fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas en el cumplimiento del propio deber”


Ciencia
Nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Nos ayuda para conocer a Dios desde las cosas, para descubrir su huella en la creación.
San Juan Pablo II decía que “sabemos que el hombre contemporáneo, precisamente en virtud del desarrollo de las ciencias, está expuesto particularmente a la tentación de dar una interpretación naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de las riquezas, del placer, del poder que precisamente se pueden derivar de las cosas materiales. Estos son los ídolos principales, ante los que el mundo se postra demasiado a menudo. Para resistir esa tentación sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es esta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador”


Piedad
Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo Padre.
Intensifica la relación filial con Dios. Está hecha de agradecimiento, cariño, ternura, benevolencia y disponibilidad. Nos ayuda a ver con buenos ojos a todos los hijos de Dios.
San Juan Pablo II decía que “El don de la piedad, además, extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón. Dicho don está, por tanto, en la raíz de aquella nueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilización del amor”


Temor de Dios
Espíritu contrito ante Dios, consciente de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios, reconociendo nuestra debilidad. El alma se preocupa de no ofender a Dios, de no disgustarlo, de permanecer y crecer en la caridad. Transido de humildad y respeto: no teme a Dios sino que lo admira y lo adora; se teme a sí mismo, por su fragilidad, y confía en Dios. Un Dios que siempre es más.
San Juan Pablo II decía “De este santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor de Dios, depende toda la práctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de la mortificación de los sentidos”
Recordemos la exhortación del Apóstol Pablo a sus cristianos: "Queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios» (2 Cor 7, 1).

QUIÉN DEBE SER MI DIRECTOR ESPIRITUAL?



¿Quién debe ser mi director espiritual?
El trabajo de dirección espiritual es la conducción del alma para Jesucristo


Por: Padre Eliano | Fuente: Cançao nova 




La dirección espiritual no puede ser conducida por el “respeto humano”, por eso se necesita discernir bien en el momento de escoger a un director espiritual.

La dirección espiritual toca en la dimensión personal, por eso es importante que sea presencial. La distancia siempre dificultará la comunicación impidiendo varios factores en el contexto de la dirección. A no ser el caso de una persona que ya haya comenzado ese camino con tiempo y por eso puede continuarla por internet, debido al tiempo de conocimiento entre el director y el dirigido. Aún así, será necesario un momento presencial entre ellos.

El trabajo de dirección espiritual es la conducción del alma para Jesucristo porque nadie sigue ese caminos solo. Nadie se resuelve sus problemas solo, ni tiene todas las respuestas, no es autosuficiente. Es necesario ver la vida, los conflictos y también los beneficios que se necesitan surcar con la ayuda de alguien que nos lleve al crecimiento y a la vivencia de las virtudes. El director espiritual es aquel que ayuda a la persona a descubrir la voluntad de Dios para ella.

Para la dirección espiritual no es necesario que sea un sacerdote. Puede ser también un religioso, un monje, un consagrado o también un laico. Siempre es necesario que haya claridad y preparación en este sentido, además de otros requisitos.

San Francisco de Sales afirma que existen tres cualidades fundamentales para el director espiritual: la caridad, la ciencia y la prudencia. La caridad consiste en dispensar tiempo para atender a la persona que necesita dirección. Ciencia porque requiere conocimiento espiritual, estudio sobre la vida de los santos y sobre las realidades del alma, justamente para identificar las cuestiones íntimas que la persona vive y discernir qué camino debe seguir. La prudencia también es necesaria en ese caso, para que la dirección espiritual no se vuelva un mero trato de dos amigos que comparten algo.


Conducir a alguien espiritualmente no es simplemente tener un compartir del alma, sino un momento en el que yo “abro” mi alma para dejarme conducir. Muchas veces esa conducción no será de acuerdo a nuestra voluntad. El director espiritual necesita tener el cuidado de no atraer a la persona hacia sí, o sea, acabar siendo la referencia en la vida de ella. Por el contrario, el necesita hacer que la persona crezca en Jesucristo con elementos para que pueda discernir la vida propia. El director espiritual no debe “decidir” la vida de la persona, sino conceder esos elementos para que ella pueda tomar sus propias decisiones.

El principal beneficio de esta práctica consiste en crecer en la fe y en la intimidad con Dios. San Agustín afirma; “Yo quiero conocerme para humillarme, y quiero conocerte para amarte“. Entonces, en la dirección espiritual, hay esos dos conocimientos: quien somos nosotros y quien es Dios.

Es importante tener momentos de atendimiento, por lo menos una vez al mes, dependiendo de la necesidad del dirigido. Es evidente que si la persona enfrenta conflictos más serios, tal vez necesite de menos tiempo entre una dirección y otra.

Siempre será necesario que el director traiga firmeza paterna para corregir los defectos de la persona y en sus dificultades. La dirección espiritual no puede ser conducida por el ‘respeto humano’, cuando el director no dice lo que realmente debe ser dicho con el recelo de que el otro se sienta ofendido. Ese proceso necesita suceder con sinceridad y transparencia.

Quien está siendo dirigido necesita ser obediente. Si no hay docilidad las orientaciones no serán practicadas. Es necesario llevar en serio los consejos dados por el director y comprometerse con el. Muchas veces él toca las heridas del corazón, cosas dolorosas. Pero es mejor el dolor que libera que la cobardía de la herida escondida, que ni se puede tocar y que está ahi doliendo e influenciando en la vida de aquella persona. El director espiritual es un instrumento en las manos del Espíritu Santo. Es importante también que sea siempre discreto, que no exponga a nadie, que sepa guardar sigilo y tratar lo ‘sagrado’ que las personas traen en sí. Es un especialista del alma, en las cosas del espíritu.

Te pido internauta, que traigas en tu corazón el deseo de rezar por el sacerdote que te dirige y por las personas que son tu referencia. Reza por aquel que dirige tu alma, que te aconseja en las situaciones, pues el don de la sabiduría se encuentra en él. Que Dios los favorezca en este deseo de crecer espiritualmente y madurar en la fe. Así encontrarás la fortaleza necesaria para enfrentar ciertas cosas en la vida. Es importante buscar este crecimiento y sumergirse en la espiritualidad profunda. Que el Señor te pueda providenciar un director espiritual para que realmente te comprometas con él dentro de ese proceso de crecimiento y madurez.

IMÁGENES DE JESÚS EUCARISTÍA






CELEBREMOS EL TIEMPO ORDINARIO


Celebremos el Tiempo Ordinario
El Tiempo Ordinario de la Liturgia, ordinario no significa de poca importancia


Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: Catholic.net 




Ordinario no significa de poca importancia, anodino, insulso, incoloro. Sencillamente, con este nombre se le quiere distinguir de los “tiempos fuertes”, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad con su preparación y su prolongación.

Es el tiempo más antiguo de la organización del año cristiano. Y además, ocupa la mayor parte del año: 33 ó 34 semanas, de las 52 que hay.

El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que hay que pedir a Dios y buscarla con toda la ilusión de nuestra vida: así como en este Tiempo Ordinario vemos a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre, le vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios su Padre y de los hombres, le vemos ir y venir, desvivirse por cumplir la Voluntad de su Padre, brindarse a los hombres…así también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios. Esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante estas 33 semanas del Tiempo Ordinario.

Crecer. Crecer. Crecer. El que no crece, se estanca, se enferma y muere. Debemos crecer en nuestras tareas ordinarias: matrimonio, en la vida espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en las relaciones humanas. Debemos crecer también en medio de nuestros sufrimientos, éxitos, fracasos. ¡Cuántas virtudes podemos ejercitar en todo esto! El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, ejercitarnos en virtudes, crecer en santidad…y todo se convierte en tiempo de salvación, en tiempo de gracia de Dios. ¡Todo es gracia para quien está atento y tiene fe y amor!

El espíritu del Tiempo Ordinario queda bien descrito en el prefacio VI dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos; y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos”.

Este Tiempo Ordinario se divide como en dos “tandas”. Una primera, desde después de la Epifanía y el bautismo del Señor hasta el comienzo de la Cuaresma. Y la segunda, desde después de Pentecostés hasta el Adviento.

Les invito a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, con esperanza, creciendo en las virtudes teologales. Es tiempo de gracia y salvación. Encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas. Dios va a pasar por nuestro camino. Y durante este tiempo miremos a ese Cristo apóstol, que desde temprano ora a su Padre, y después durante el día se desvive llevando la salvación a todos, terminando el día rendido a los pies de su Padre, que le consuela y le llena de su infinito amor, de ese amor que al día siguiente nos comunicará a raudales. Si no nos entusiasmamos con el Cristo apóstol, lleno de fuerza, de amor y vigor…¿con quién nos entusiasmaremos?

Cristo, déjanos acompañarte durante este Tiempo Ordinario, para que aprendamos de ti a cómo comportarnos con tu Padre, con los demás, con los acontecimientos prósperos o adversos de la vida. Vamos contigo, ¿a quién temeremos? Queremos ser santos para santificar y elevar a nuestro mundo.

FELIZ SEMANA!!!