1 de marzo
Creo, Señor, que por ser hombre tuviste amigos. Creo, Señor, en tus ansias de amor a los desorientados y perdidos.
Creo, Señor, que lloraste junto a Lázaro, porque sentías afecto humano.
Creo, Señor, que curaste a los leprosos, no para que creyeran en Ti, sino porque eran enfermos y sufrían.
Creo, Señor, que pediste que pasara tu cáliz, porque fue duro tu sufrir, pero nos quisiste salvar.
Creo, Señor, que te diste a la cruz, porque un hombre tenía que morir por todos.
Creo, Señor, que siempre nos perdonas, porque nunca sabemos lo que hacemos.
Creo, Señor, solamente Tú conoces cuál es el trigo y cuál es la cizaña.
Yo te pido que el día de mañana, pongas a tu derecha a la buena mano que se apoyó en la mía, al amigo que aguantó mi mal carácter...
al que en mi soledad me acompañó,
y al que mis defectos disimuló;
al sordo que desoyó mi insulto;
al mendigo que perdonó mi pan;
al deudor que perdonó mi prisa;
al amigo que no rechazó mi afecto;
al vendedor que, paciente, me esperaba;
a la criada que, sonriente, me complació;
al vecino que me sonreía con simpatía;
al portero que me puso buena cara;
al acreedor que me esperaba,
al que a mis insultos no hacía caso;
al mi padre por tan oportunas
reprimendas;
a mi madre que mis faltas encubría;
a mis hermanos por peleas tan tremendas,
y sin embargo, al rato ya ni recordadas
a los que soportan mis impertinencias
y les pesa por haberme hecho mal;
al que puso una firma compasiva,
al que restó importancia a mi pecado,
al que esperó demasiado,
a los que saben que no soy santo.
Gracias, Señor, porque tuyo es
el éxito logrado.
Gracias por el dolor que me ha herido,
y aunque yo no lo haya querido,
me ha llevado hacia el camino
de la escuela silenciosa
de tu cruz redentora.
* P. Alfonso Milagro
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